Requiem por espinete

sábado, 1 de mayo de 2010

Existen ciertos acontecimientos que nos cambian de por vida, hechos que consiguen que nada vuelva a ser como antes. Aunque también puede pasar que la ausencia de algo deje una marca imborrable en nuestra existencia…

por Maite Iniesta
Con 21 años (y camino de 22) me planteo una serie de cuestiones sobre cómo me han influido los eventos de mi niñez para configurar la persona que soy actualmente. La verdad es que encuentro más preguntas que respuestas. Voy a compartir ese viaje con vosotros, quizás nos parecemos más de lo que imaginamos…

Los fines de semana me levantaba temprano y me ponía a ver la tele hasta que hubiera alguien despierto a quien pedir que jugase conmigo al Monopoly.

Hacía zapping entre el Club Megatrix y el Club Disney. Veía Oliver y Benji, Las Gemelas de Sweet Valley, Cosas de casa, Padres Forzosos, Alf, Matrimonio con hijos, Un manitas en casa, Los Problemas crecen, California Dreams, Salvados por la campana, Los Simpsons, Friends, Animaniacs, Ace Ventura, La máscara, Spiderman, Punky Brewster, Batman, Barrio Sésamo, Beetlejuice, Los Vigilantes de la Playa, Los teleñecos, Art Attack
La Bola del Drac
era lo que veía antes de ir a clase por las mañanas… sí, y ver la tele en valenciano no me ha supuesto ningún trauma… aunque cada vez que recuerdo la boca de María Abradelo me da un escalofrío por todo el cuerpo.

Aunque he de confesar que siempre eché de menos que me contaran cuentos para dormir porque desgraciadamente, como dice Scout (la hija de Atticus Finch en Matar a un ruiseñor), "sé leer desde que nací", de modo que la única manera de que me contaran cuentos era ver películas… supongo que de ahí viene mi amor por el séptimo arte.
Me sabía de memoria miles de películas: Aladdin, La Sirenita, La Bella y la Bestia, Mulan, El Rey León, Toy Story, Bichos, Goofy e hijo, Space Jam, Dirty Dancing, Grease, La Princesa prometida, Big, Socios y Sabuesos, Titanic, Dumbo…

Y no puedo dejar de preguntarme cómo es posible que en nuestra generación exista algún racista si nos hemos criado con El príncipe de Bel Air; los chicos enamorándose de una Ashley que poco a poco se iba haciendo mayor y las chicas enamoradas de Will que… en fin, es Will Smith…

Bricomanía y La Cocina de Karlos Arguiñano eran dos programas de vascos que nunca faltaron en la programación de mi casa… con razón luego he acabado con un tío del norte con pinta de abertzale… con un Bastasunis (Los Lunnis parodiados por los vascos de Vaya Semanita)

Toda la familia se reía con Humor Amarillo y programas de bromas con cámara oculta que hacían a mi madre llorar de la risa … pero luego pretenden que no me parta el pecho viendo a alguien que se tropieza; hay que ser coherentes con la educación que damos a nuestros niños, señores.

Pero aparte de tele había mucho más en esas tardes de cuando era niña… ¿A cuántos perros habré recogido de la calle, hecho colectas para quitarle las pulgas y le habré puesto un nombre de lo más peregrino? No conozco la respuesta a esta pregunta, al igual que tampoco sé qué demonios hacían después en la perrera con esos perros... prefiero no pensarlo.
En todo caso, desde aquí os puedo asegurar que haré todo lo que esté en mi mano por tener, en un futuro no muy lejano, un perro como Brandon (el de Punky Brewster)... o dos.

Cuando jugaba al fútbol en la plaza de mi pueblo siempre tiraba las faltas (tenía una técnica que ya le gustaría a Becks) pero mi posición era de defensa (un poco ladrillo con el balón, pero destructora de juego al estilo Makele) del club de estopa, claro… como Rafa Alkorta, mi ídolo infantil.

Mis profesiones fetiche con corta edad eran: peluquera, actriz, cantante de rock, novia de los Backstreet Boys, veterinaria, cardióloga, voluntaria de médicos sin fronteras… y al final he acabado estudiando periodismo y derecho. Si mi yo actual se encontrara con mi yo de hace 12 años me habría escupido en la cara…

Pero al final he estudiado… a pesar de que en las excursiones nos enseñaban canciones que me crearon una gran confusión…por ejemplo, mi favorita era:" la vida pirata es la vida mejor, sin trabajar, sin estudiar, con la botella de ron"… Eso decía la letra y con razón luego pasa lo que pasa, Generación Ni-ni los llaman, y lo que no saben es que el folklore infantil te anima a ello… pobres ilusos.

También recuerdo que me pirraba jugar a la botella con los amigos, al conejo de la suerte o a cualquier juego en el que fuese factible besar al chico que me gustase. He de reconocer que en mis años de niña pre-adolescente me hinchaba a ligar, tal vez porque era más espabilada que las crías de mi edad o quizás porque siempre he sido una manipuladora; eso último son palabras de mi novio, =)

Recuerdo hacer un Cuaderno Rubio de multiplicaciones de 4 cifras a la luz un concierto de Guns and Roses en París, que veía mi hermano, del que era prácticamente su sombra, su alter ego, su mini -yo. El vídeo estaba en una cinta que le habían regalado y, sobre ella y su contenido, mi madre grabó un capítulo de A las once en casa porque aparecía Howie, uno de los Backstreet Boys... ya te puedes imaginar la que se montó aquel día.

También me acuerdo de que con 9 años cantaba canciones de Ska-P como El Vals del Obrero o canciones de Héroes del Silencio como Iberia Sumergida... haciendo performance con mi hermano; yo era Bunbury y él, raqueta de tenis en ristre, era el guitarrista... ¡más heavies que el infierno!
Pero, ojo, que también interpretaba Nightrain, en un perfecto inglés inventado. Además, una tarde, con 8 años, me llevé a clase el Cd de Appetite for Destruction de G'N'R y sonaba Welcome to the jungle, pero a mi profesora (una monja de 50 años) casi le da algo cuando se escucharon gemidos de mujer… ¡todo un show!

No faltaban los cumpleaños de los compañeros de clase… los bocadillos de nocilla, la fanta, la tarta, la piñata, decidir a qué se juega y que todos te sigan cuando es tu cumple, las bolsas de chuches, las malditas trompetillas que iban dentro y joderte si habías nacido en verano porque ni regalos, ni fiesta… porca miseria!

Acudí a clases de pintura, de ballet, de gimnasia rítmica, de solfeo, piano, guitarra y canto; de catequésis, de tenis, de baloncesto, de voleibol, de natación, a la escuela de idiomas... el caso era hacer algo, era una niña muy activa. Y siempre me iba al polideportivo del pueblo a jugar a lo que fuese con mi inseparable Irene... ¡qué tiempos aquellos!

Hay quien no superó que las Spice Girls se separasen, que Friends se acabara o el final de David, el gnomo; otros aún hoy no son capaces de asumir que Luis Figo se fuese al Madrid, también están los que jamás volverán a tener fe en el baloncesto desde que se retiró Air Jordan o los que nunca afrontarán la realidad de saber que eran los padres los que se comían el turrón en la madrugada del 5 al 6 de Enero.

La niñez no queda tan atrás... quizás a partir de cierta edad consideramos demasiado pueril repetir las cosas que nos hacían reír, que nos divertían y entusiasmaban de pequeños... Creo que la gente se toma demasiado en serio a sí misma.
Todos deberíamos recordar más a menudo las cosas que nos hacían felices cuando éramos niños, cuando la política era algo que existía al margen de nosotros, cuando el mayor conflicto diplomático que se podía crear era que alguien de tu clase no te invitara a su cumple y la tragedia más grande consistía en que le saliese la cabeza a tu Barbie favorita.

No debemos olvidar nunca al niño que llevamos dentro. Pasamos cada día por encima de miles de cosas que nos habrían fascinado, obviamos preguntas que habríamos formulado; ignoramos lo que es tener ilusión por algo, estamos desencantados con la vida... aunque más triste aún es que, muchas veces, la vida real - la de correr para coger el metro, terminar la carrera, pagar las facturas, encontrar curro - nos hace olvidar nuestros sueños.

Réquiem por espinete

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