Parece difícil de creer que hace 50 años sólo los ricos se pudieran permitir un coche, que hasta hace dos décadas las fotos fueran en blanco y negro y para cambiar la televisión tuvieras que levantarte cada vez y pulsar el botón en el propio aparato... por aquel entonces la situación era bien distinta: pocos canales y sin mando a distancia, el sueño de cualquier anunciante.
Hoy en día las cosas son muy diferentes, no sólo porque todo el mundo va motorizado, o porque las cadenas intercalan contenidos en las pausas publicitarias para evitar migraciones de espectadores o porque la gente cree que cuantas más fotos suba a una red social con una copa en la mano mejor se lo pasa... No se trata de eso, el mundo ha cambiado ante nosotros de manera espectacular y no nos damos cuenta (al menos los de mi generación) porque no hemos vivido años conscientes de su ausencia.
Recuerdo cuando mi madre era la única que tenía álbumes y álbumes de fotos, su único capricho. Cuando tener ordenador portátil era el ejemplo claro de ser alguien importante o un teléfono móvil parecía reservado a los ejecutivos... hoy en día los sofisticados cachivaches que tenía James Bond los regalan por asistir a unas conferencias en cualquier Universidad.
Pero reflexiono sobre ello y aunque indudablemente entrañan un elemento positivo, también me preocupan sobremanera. La insatisfacción, el ánimo coleccionista, caprichoso de las personas sale a relucir... estamos más que nunca dejándonos llevar por modas, publicidades y ansias de estar a la última, de ser como todo el mundo, de no quedarnos atrás en la digitalización universal a la que estamos asistiendo. Me doy cuenta de que tenemos duplicados y triplicados dispositivos electrónicos que repiten funcionalidades... acumulamos cacharros que se diseñan con una obsolescencia programada para obligarnos a comprar otro igual dentro de unos meses.
Tenemos un móvil para hablar, grabar vídeos, jugar, chatear, realizar fotografías, conectarnos a Internet, navegar con el GPS, escuchar música y conectarnos a la radio; tenemos un iPod para escuchar música y oír la radio, ver vídeos y almacenar fotografías; tenemos una cámara para realizar fotografías, almacenarlas y grabar vídeos; tenemos una videoconsola (Xbox, PS3, PSP) con la que podemos jugar a videojuegos, reproducir vídeos y hasta ver la televisión; tenemos reproductores Blu-ray, radios convencionales, portátiles notebooks para llevar, portátiles tamaño estándar para uso individual y ordenadores de sobremesa para toda la casa...
¿Quién necesita todo esta multiplicación? ¿Nosotros? Desde luego que no, estamos engañados y seguimos el juego porque nos entretienen, nos hace sentir mejor pulsar con el dedo en nuestro móvil aunque sea una involución tecnológica... nos gusta comprar tecnología, nos gusta consumirla y renovarla y, sí, es genial que podamos conectarnos a Internet desde la selva amazónica, pero para cuando vayamos a darnos cuenta vamos a estar rodeados de tecnología... y de nada más.
"Sólo cuando el último árbol esté caído, el último río envenenado y el último pez atrapado te darás cuenta de que no puedes comer dinero"
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