La historia continúa y todo gracias a la colaboración de mis buenas amigas blogueras.
Aquí está otra vez el fragmento original, pero en esta ocasión actualizado con las aportaciones a la historia que de forma voluntaria y con total libertad se han ido añadiendo... me he permitido la licencia de incluir un nuevo fragmento entre el dato del nombre de la protagonista, que aportaba Deva, y el nuevo punto de vista que propone Raquel... No sé qué os parecerá, pero creo que estamos list@s para continuar el viaje, ¿qué me decís? Antes de nada, muchas gracias a todas... espero que sigamos juntas esta travesía.
(SIN TÍTULO)
Estaba atrapada en un coche sin volante ni pedales. El vehículo empezaba a deslizarse y ella no sabía cómo detenerlo; comenzó a gritar pero de su garganta no salía ningún sonido...
Se incorporó empapada en sudor y con respiración entrecortada; volvía a tener pesadillas como cuando era niña. Miró el reloj de su teléfono móvil. "¡Mierda! Debería haberlo puesto a cargar anoche..." Sólo le quedaba un tercio de batería y le esperaba un intenso día por delante. En este pensamiento se diluyó su originario interés por saber la hora. Tuvo que volver a mirar la pantalla para retener el dato. "¿Las ocho y media?¡Llego tardísimo!"
Se levantó de un salto y en cinco minutos ya estaba vestida y desayunando. A veces resulta increíble lo rápido que podemos hacer las cosas cuando tenemos prisa.
Ese martes 13 de abril fue el día en que decidió cambiar el rumbo de su existencia. No lo eligió para conjurar su mala suerte, sino por puro azar o, más bien, porque el día anterior había decidido que ya no podía más.
(Madi)
Clases anodinas, compañeros de piso vacíos, y un futuro que ya no le atraía fueron las chispas que le hicieron dar el salto al vacío. Ahora solo quedaba coger la maleta y un taxi hacia el aeropuerto. Con un lápiz como tocado y el jersey de la suerte, comenzó a cambiar su futuro. Ahora sí, ahora su sonrisa era de verdad y no pensaba volver a ponerse la careta que tanto le había costado llevar durante 23 años.
(Deva)
Se llamaba Amanda.
En el aeropuerto aquel día, el primero de su nueva vida, Amanda sentía que una fuerza invisible guiaba sus pasos con una determinación desconocida para ella, que siempre se había caracterizado por su indecisión, fruto de sus inseguridades. Sin embargo algo había cambiado en su interior. Su equipaje era ya un indicio de la metamorfosis: había decidido prescindir prácticamente de toda su antigua ropa; prendas que habían vestido a una persona que ya no sentía dentro de su cuerpo.
¿Cómo no he hecho esto mucho antes? ¿Qué demonios temía perder si llevaba años sintiéndome desgraciada?, reflexionaba al caminar. Ahora todo aparecía nítido ante sus ojos, por fin sabía realmente lo que había querido todos estos años: Quiero tener una vida que sea mía, sentenció antes de poner el pie en el avión.
Mientras se acomodaba en su asiento no podía dejar de pensar en aquella famosa frase de Zsa Zsa Gabor que decía: "Cuando un hombre se echa atrás, retrocede de verdad. Cuando retrocede una mujer sólo lo hace para coger carrerilla". Amanda no pudo evitar una carcajada. Tantos años andando hacia atrás, eludiendo la confrontación, esquivando sus verdaderos sentimientos, la habían puesto en el disparadero y ahora estaba a punto de salir propulsada.
(Raquel)
El impulso la llevó lejos, a otro mundo, a otra gente. Tenía la manía de escribirlo todo en su cuaderno rojo; y eso es lo que me permitió llegar hasta ella.
A mí me llaman Adán. Nombre poco común, pensaréis. No me lo planteo ya. Lo eligió mi prima. Cuando nací, ella estaba estudiando la Biblia con ahínco y aquel nombre le entusiasmó. Decidió que, en vez de a su muñeco, el nombre me vendría bien a mí, personilla de carne y hueso recién venida a este mundo. Mis padres no se opusieron pues, se dijeron, me daría una personalidad distinta.
A mí me llaman Adán. Nombre poco común, pensaréis. No me lo planteo ya. Lo eligió mi prima. Cuando nací, ella estaba estudiando la Biblia con ahínco y aquel nombre le entusiasmó. Decidió que, en vez de a su muñeco, el nombre me vendría bien a mí, personilla de carne y hueso recién venida a este mundo. Mis padres no se opusieron pues, se dijeron, me daría una personalidad distinta.
(Son)
En mi infancia estuve más preocupado en jugar con mi fabulosa ‘Game Boy’, la cual funcionaba con cuatro pilas del tipo AA, que en estudiar los nombres de las plantas. Mi única misión en ese momento era derrotar a un monstruo llamado ‘Bowser’ y para ello recorría, no uno, sino ocho mundos en busca de la princesa.
En la adolescencia encontré por fin a mi princesa, a mi Eva. Pasamos juntos gran parte de nuestra juventud amándonos a rabiar. A ella le di mi primer beso con torpeza; casi me como su nariz respingona. En el primer cumpleaños que pasamos como pareja le regalé la pulsera de plata más barata que había en la joyería; su estructura era de tal delgadez que podría haber pasado por un hilo dental bajo los ojos de un miope. Además, también por primera vez pude estrujar una teta sin recibir, a continuación, ni una furiosa bofetada ni una sarta de insultos recitados desde el enfado más exaltado. Pero la serpiente apareció en la espalda de otro hombre tatuada en toda su superficie: era repugnante, con pequeñísimos ojos aviesos y una mirada pérfida, de la cual emanaban miasmas de sangre corrompida. El abandono me dejó en tal estado de aturdimiento que el pecado original se presentó a sí mismo como el mejor amigo del mundo, ya fuese personificado en una botella de alcohol, ya fuese reducido en una pastilla sin denominación de origen. Solo debo añadir que fue un estado temporal.
No tuve ‘Caínes’ ni ‘Abeles’; pero sí un perro llamado Zeta.
¿Cómo conocí a Amanda? Vamos a ver qué dice ese cuaderno rojo.